Es el día de la catarsis. La fiesta que confirma que Managua es todavía un pueblón. Una gigantona de azul camina adelante de su enano cabezón y sus tres músicos. Dos vendedores de Eskimo y uno de raspados comparten su botella de Caballito. El de los raspados, sentado en la montura de su bici-raspadería, dice sonriendo a los eskimeros que no ha vendido nada. Luego saca del bolsillo del pantalón otra botella plástica de Caballito.
Tres niñas vestidas de indias bonitas corren detrás de una mujer gorda que viste jeans, camiseta y gorra. En la acera, una mujer con una trenza encanecida que le cae hasta el comienzo de las nalgas, sostiene tres flores rojas de plástico en la mano izquierda. Otra que va en chancletas, calcetines y falda a la rodilla, se abre paso en el remolino de gente que espera la pasada del Santo desde cualquier pedazo de asfalto.
Es la fiesta de los pregones. “Algodones, algodones”, grita uno que lleva un palo largo del que cuelgan como hojas motas rosadas y amarillas resguardadas en bolsas transparentes. “Sorbersorberteee”, dice uno que enseña una vitrina minúscula con 10 conitos de colores adentro que parecen juguetes. Tililín, tililín, se agitan frenéticos los chischiles de carritos eskimeros.
“Helicópteros, muñecos, vas a querer amor”. Una marimba, dos marimbas, varias marimbas suenan al mismo tiempo. La gente salta y bate los brazos con las manos puestas a la altura del pecho como si algo se les fuera a caer. Estallan cohetes. Uno que otro palo cae como lanza entre la gente. Hay muchos ramilletes de cohetes que van en los hombros de los vendedores. La Policía impide que se haga “agosto” con la pólvora. Una banda de chicheros desencaja con sus trompetas , trombones y tambores las caderas de cuatro travestis que se mueven en corro, de espaldas a unos borrachos que les chiflan y los manosean.
Hay cachetes embadurnados de aceite negro de carro. También espaldas, brazos y mangas camisetas untadas. Una mujer estampa los cuatro dedos de una mano en la mejilla de una amiga. Ésta se muere de risa y le responde de la misma manera, mientras le alcanza el cuello.
Humo. Huele a carne asada, huele a vigorón de 10 pesos. A pólvora. A ron barato. Es la fiesta de la borrachera barata. La botella de “leche”, como le dicen al Caballito, el trago que es transparente como el agua, cuesta 20 córdobas. El recorrido de Santo Domingo es un destiladero de caña. Una ebria cae en el camino, después que pasa el Santo, y seis cruzorojistas se abren paso para auxiliarla. Comprueban que es pura intoxicación alcohólica y la sueltan. En esa ambulancia han socorrido a dos. El jefe de brigada dice que no pueden llenar de borrachos el carro, no darían abasto.
Johnjarvin González, de 9 años, lleva su propia urna y su propio Santo Domingo. La promesa empezó cuando él ni pensaba. “Nací con azúcar”, dice.
Detrás del Santo, no hay chicheros. Sólo un susurro de pasos. Un murmullo de voces y miradas que se elevan en dirección al arco de flores celestes y blancas, donde va el Santo que todos han visto pasar. Al que le gritan y le bailan desde los balcones que se improvisan en cualquier casa, en cualquier acera.
Detrás, van mujeres canosas, Caminan tranquilas sin saltar. Unas van con delantales. Otras con sus mejores ropas y en chinelas. Van del brazo de sus hijas que llevan en el pecho a alguna indita dormida que adornaron en la mañana. Una pequeñita que se resiste al sueño tiene una larga cola de pelo injerto. Los dientes de un niño rechinan al ver la pata destrozada de un caballo que no lleva casco y que carga a un jinete inconsciente. Es la fiesta de todos.
(Nota publicada en La Prensa 02-10-2009)
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