Peeeeeeeeeep. Es eterno. Amarillo. El semáforo está en amarillo-rojo. Cinco segundos. Todo el mundo puede romperse en ese tiempo.
Otra vez se tira la roja. Lo ha hecho muchas veces hoy. Son casi las seis, hora pico, va a oscurecer, Hay prisa. Aunque siempre va al mismo lugar. Es veloz. Rudo. El macho del pavimento. El rey de esta jauría a medio asfaltar. Que los carros se abran para dejarlo pasar. Que las motos dejen de zigzaguear que esto no es una carrera de obstáculos quién les ha dicho, aquí los carriles son nada más para uno o para sus similares. Que las bicicletas, ¡por favor!, no se les ocurra salir de las cunetas, mejor que suban a los andenes y allí que tropiecen como carros chocones a los que caminan en dos patas. Y a esos carretones de caballos, ¿quién les ha dicho que pueden andar con semejante paciencia delante de ellos? Esto es una ciudad (¿así?) Que se aparten también y que se ubiquen. En esta calle repleta de cráteres, por la que no circula ningún alto funcionario de la Alcaldía porque si no ya estaría rellena como el cutis de la primera dama, sólo hay espacio para este bus amarillo que alguna escuela gringa descartó, pero al que dejaron de contarle los años en las calles de esta ciudad desorientada como un charco de orines. Los que van sentados en ese vientre de lata se sobresaltan. Alguno, a nombre del colectivo aterrorizado, gritará: “animaaal, queremos llegar”, pero ese grito lo ahogará el peeeeeeeeeeeeeepp que nunca acaba. Es mejor aferrarse al tubo como la lora de la vecina que se cruzar por el alambre del tendedero. Al final del pitazo puede haber lo que nadie quiere, pero ocurre a toda hora: otro accidente, cuerpos torcidos como los de un contorsionista, sangre, vísceras regadas, huesos pelados, ojos blancos, alaridos. Dolor y cámaras que se pueden evitar. La verdad es que voy a pie y el peeeeeeep me aturde, me enerva, creo que si encuentro algún conocido seguro que lo pateo en lugar de pelarle el diente. Solo me acuerdo de la vez que iba en un Robur, en una mini-ruta hace buen rato porque ya ni circulan, y un pitazo con su frenazo incluido, me dejó sobre una barriga de ocho meses. La futura mamá no tuvo fuerzas ni para putearme. Un coro unánime le gritamos de todo al conductor. Oyó varios pronósticos sobre su muerte y la de sus parientes, pero le valió. No pasó nada. No pasa nada al final de ese peeeeeeeeep. Ni al final de este otro ahora. Por 2 córdobas con 50 centavos los rumiantes, el ganado mal comido, que es como nos tratan los buseros, dejamos que la fiera vuelva a rugir y salte en la próxima amarilla.
P.D: Este no es el país de la alegría estadística así que tengo licencia para mi rabia, creo
Comparto tu furia, tengo días así, en que me despiertan la violencia con ese peeeeeeeep.
ResponderEliminarPero esa imagen del "macho pavimento" jejeje...