viernes, 10 de julio de 2009

Detrás del telón

Que a David Murillo, de 53 años, lo apresan por una vieja acusación, es la última noticia que leo hoy sobre Honduras, el país que después del diálogo fallido en Costa Rica, volverá a salir de la escena internacional. El telón, que obligó a decenas de periodistas a googlear preguntándose dónde diablos quedaba esta nación centroamericana, que el domingo 28 de junio fue sacudida por un nefasto golpe militar contra Manuel Zelaya Rosales, un populista del estilo de Chávez y de Ortega, está cayendo lentamente. Este telón cae en silencio, sin aplausos. Un colega me dice que ya casi no quedan periodistas extranjeros en Tegucigalpa, la capital hondureña. Todos (incluyéndome) se han ido después de haber devorado la carne fresca de esa presa que fue noticia por una semana. ¿Qué pasa con los restos de ese cordero?, ¿dónde quedará el cadáver? A la intemperie seguramente. Eso a nadie le importa. En unos días, tal vez en unas horas, Honduras sea nada más el fresco y mal recuerdo de una república bananera, el referente para que los gringos y los europeos, sitúen a Centroamérica en el mapa. El mundo, y ese abandono mediático, le va a terminar dando la razón a los golpistas: lo que pase allí adentro será problema de ellos, de los catrachos. Las maras, la pobreza, las maquilas seguirán olvidándose debajo de esa colcha de farándula mexicana que se tragan durante 25 horas –perdón, 24- las familias hondureñas que se sientan frente al televisor. En el fondo, la censura fue más parte del guión de un golpista de los setenta, que una necesidad. La gente allí ha vivido en un permanente estado de silencio, magnetizados frente a la caja idiota (la televisión) globalizada que impuso el entierro de Michael Jackson, por encima del sepelio de Isis Obed Murillo, el muchacho con cara de niño asesinado hace cinco días por la bala de un cobarde francotirador que le disparó como quien dispara sobre una manada de corderos. Y no exagero cuando digo corderos, los hondureños que marcharon el domingo, a duras penas llevaban piedras y uno que otro palo. En esa cadena de olvidos también perecerá el nombre de David Murillo, el pastor evangélico papá de Isis Obed, que acusó al estado golpista del crimen del sexto de sus 12 hijos. “No fueron balas de goma”, dijo Murillo, a unos metros del ataúd gris de su hijo, por eso, está a punto de ser recordado como un criminal, como un victimario y no como una víctima. No. Todavía no puede caer el telón.

1 comentario:

  1. Felicidades. Muy buen estilo. Pueden leer también esta columna en el diario LA PÁGINA de El Salvador.
    Este es el enlace:
    http://www.lapagina.com.sv/editoriales/13254/2009/07/19/Detras-del-telon-

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