jueves, 4 de junio de 2009

El fantasma de Pedro Navaja

Me roban. Me patean. En cualquier segundo me ensartan un puñal con nervios y allí quedo. Eso sí, como soy inútilmente valiente, antes que el filo me rompa la carne, forcejeo. Jalo, aprieto lo que llevo con estos dedos que sudan de miedo. Y pensar que para estos mi botín es este puto celular. Quiero aclararles, que ni mío es, pero se van a reír. Otras veces, no ando ni eso. Ni un peso. ¿Porque qué más puedo cargar yo que ando a pie? Yo, que espero poder llamar antes y avisar que me están reventando la vida y que no voy a poder a llegar sana y salva como quisiera. Qué lógica más idiota, si antes de que pueda avisar me habrán arrancado todo con lágrimas y sudor. Muchas veces ha ocurrido a la vista de otros, pero nadie, o casi nadie, se arriesga por mí. Sí ocurre en el bus, miran hacia la ventana mientras aprietan los dientes con impotencia. Y piensa que por qué fue tan pendeja y se quedó al lado de ellos, que son una banda y el chofer es su cómplice. Si ocurre en la calle, la salida es más fácil: cruzarse y agradecer, con una mirada hacia arriba, porque no les tocó. Respiran con alivio. “Cada uno es dueño de su miedo”. Ja, se me viene la gran frase para entender por qué nadie salió en mi defensa, y porque son testigos los cobardes. Quien la manda a tentar la necesidad. Cuántas veces he dicho esto, cuántas veces lo he pensado. Ya son más que dedos de mis manos los que han derramado su jugo rojo en la acera. Tinta roja que se secó como laca cuando le pegó el sol. Tinta roja que al final podría ser de perro, gato, rata, o de cualquier otro animal urbano. Tal vez esa tinta roja se chorreó cuando pasaban por ahí los policías motorizados. Esos que van como caballos cocheros abriendo vía para que pase el Mercedes Benz del hijo del presidente o la Nissan Patrol del diputado que va ligero donde la querida del momento. Son tan profesionales que su sirena no dejó oír mi grito partido de miedo, y las luces intermitentes no dejaron distinguir que ese cuerpo a cuerpo en realidad no era el de una pareja amasándose en la vía pública, sino la exhibición en varios cuadros de un asalto. Claro como no lo denuncio, porque no quiero volver a vivir ese miedo, no existo. Eso nunca ocurrió. Ah, es cierto, esta es la ciudad más segura de Centroamérica. Pero yo vivo en esta y no en las otras. Es en esta donde me arrebatan y me estrujan. De todas formas, le voy a pasar el dato al próximo Pedro Navaja -sin diente de oro- que me salga, a lo mejor me perdona.

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