martes, 3 de noviembre de 2009

El rama, una lengua que respira


Después de casi dos siglos de destierro son pocos los que hablan ese idioma, pero hay un esfuerzo por revitalizarlo.

El sol se pone arriba muy temprano en Rama Cay. A las siete de la mañana, el zinc de los techos de los ranchos calienta como una sartén puesta en el fuego. A esa hora, el maestro Walter Ortiz está en las aulas de la escuela Clemente Belli impartiendo clases de rama a los niños de los primeros grados, como si ése fuera el mejor momento del día para que la nueva generación de ramas entendiera y hablara un idioma que hace casi dos siglos fue desterrado de allí como un apestado.

Ortiz es un hombre de 69 años, de piel apergaminada. Su cabeza la cubren unas largas hebras blancas que peina hacia atrás y que le dan ese aire místico que él ratifica con su hablar suave, casi como un susurro, y con la gesticulación plástica de sus fibrosos brazos que están rematados por unas manos amplias, unos dedos largos y unas uñas filosas, con las que parece que en cualquier momento dará un salto. Su mirada es honda, nostálgica.

Dicen que la lengua rama es el idioma de los tigres. Y Ortiz, uno de los pocos que la hablan dentro de la isla, parece que puede comunicarse con ellos.

“Malika tamaski”, dice Ortiz, y eso significa “buenos días” en rama.

Ortiz lleva debajo del brazo un fólder con láminas en las que hay figuras de animales y cosas y a la par su escritura en rama. Un sol que se escribe y se pronuncia “nunik”, una luna que se escribe “tukan”, tigre “krubu, manatí “palpa”, mar “tauli”, laguna “lakun”, perro “tausun”, zanate “sinsak”.

Los niños repiten las palabras que Ortiz dice al tiempo que apunta con el dedo la figura que corresponde a la palabra. Los niños lo siguen como lo hace un coro con la partitura que tiene enfrente y con los gestos del director de orquesta. La repetición es a veces mecánica.

Los niños ramas que aprenden a caminar y a nadar casi a la vez, no aprenden rama en sus casas. Sus primeros balbuceos los hacen en “kriol” (creole), la lengua que los ramas adoptaron en el siglo XIX, cuando pastores moravos de origen alemán llegaron a evangelizarlos.

Los moravos impusieron al pueblo rama el idioma que prevalecía en la región. Con el protectorado británico los negros creoles habían asimilado el inglés con sus propios matices, y ésa era la lengua que más se hablaba.

Bluefields era el centro urbano más importante, y sigue siéndolo en la RAAS (Región Autónoma del Atlántico Sur), y en creole se hacían todas las transacciones verbales. Más tarde se harían en castellano.

No sólo el idioma impusieron los moravos a los ramas. La historia refiere que antes de la evangelización morava, las mujeres tenían una participación activa dentro de la cultura rama, que había un reparto bastante equitativo de los roles, que se trastocó tras la lectura de la Biblia morava.

Fueron unos cuantos los que resistieron y conservaron su lengua original. Otros revolvieron palabras de las dos lenguas (rama y creole) y terminaron hablando una mixtura, que todavía se practica. Otros adoptaron el creole completamente tal como querían los moravos, como el idioma de uso.

Muchos de los que siguieron hablándolo, lo hicieron porque vivían lejos, en las profundidades de las montañas o a la orilla de ríos sinuosos por donde no navegaron los moravos con sus himnarios creoles. Y hasta hoy, a la mayoría de los que lo conservan —a lo mucho medio centenar— les sigue valiendo la distancia para conservar la lengua de los tigres.

Ortiz dice que a él le enseñó el rama su mamá. “Ella hablaba puro rama, no entendía ni español ni inglés”, dice orgulloso el profesor que se hincha aún más al recordar que fue criado con esa lengua que enseña desde hace 17 años. Sin embargo, ahora en su casa, ninguno de sus cinco hijos ni su mujer lo hablan. Ha sido herrero con cuchillo de palo.

Buenas tardes se dice en rama “malika tabula”, según Ortiz.

Después de los moravos, fue el gobierno de José Santos Zelaya quien incorporó el territorio de la Moskitia en 1894, y quien mantuvo el destierro del rama. En el departamento de Zelaya, como se designó ese extenso territorio que hoy comprende las dos regiones autónomas del Caribe nicaragüense conocidas como RAAN y RAAS, el gobernante instauró el castellano como idioma oficial.

Un cronista alemán que rodó por el Caribe a comienzos del siglo XX y que pasó por Rama Cay, advirtió en esa época que la lengua rama estaba a punto de extinguirse y que apenas unos cuantos, contados con los dedos de las manos, lo hablaban.

A partir de allí, la probable extinción de esa lengua y la cantidad minúscula de hablantes subrayadas en crónicas muy esporádicas se convirtieron en “un mito”, considera la lingüista francesa Colette Grinevald, una de las personas que más ha trabajado por la revitalización de ese idioma.

La fragilidad del idioma no ha sido un problema exclusivo del pueblo rama. Más bien ha sido una constante en el Caribe, y es una problemática constante para muchos otros pueblos indígenas del mundo. La lengua garífuna, vecina de la rama, hoy corre un riesgo similar. El informe de Desarrollo Humano de la Costa Caribe del 2005 reconoce que la “pérdida de las lenguas es el resultado de la construcción del Estado nacional monoétnico” que en el afán de imponer un sistema político, económico y social ha pasado por encima de la idiosincrasia de estos pueblos.

Según este informe, peor fue la suerte de la lengua ulwa que se hablaba en Karawala todavía a mitad del siglo XX, pero que sucumbió al miskito en los años del boom maderero, cuando la compañía estadounidense Nolan transformó a esta comunidad en su centro de actividades y trajo a empleados miskitos y creoles. Siete años de explotación maderera en la zona de Karawala fueron suficientes para que en adelante se oyera el miskito y se olvidara el ulwa.

Lo que no es mito es el uso sostenido del creole y el castellano en la región.

Si no hablara cualquiera de esos idiomas, Ariel Omier, un rama de 25 años, no podría estudiar Ingeniería Ambiental en la Uraccan (Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense).

Tampoco Silvano Hodgson, de 30 años, se hubiera graduado como Biólogo de la universidad. Y Jimmy McCrea no entendería los códigos de Derecho que lo mandan a leer los docentes de la Facultad de Derecho de la BICU (Bluefields Indian and Caribbean University).

Pero los dos, tanto Omier como McCrea quieren saber rama. El primero dice que él sabe frases básicas como “tengo hambre”, que intenta pronunciar, pero se ríe, no está muy seguro de estar diciéndolo como es realmente.

Pese al reconocimiento de las lenguas de todos estos pueblos en la Constitución Política y a la Ley de Autonomía de la Costa Caribe, aún no se imparten clases en rama en ninguna de las dos universidades que existen en la RAAS. El creole y el miskito son los idiomas que más se oyen después del castellano.

En mayo de este año, en la fila de nuevos profesionales de la Uraccan iban tres de origen rama. Martina y Hortensia Thomas se graduaron de Sociología, y otro de Educación Intercultural. Algunos ramas van a la universidad fuera de la región. Es el caso del hermano menor de Jimmy McCrea quien estudia Medicina en León, y que según McCrea, quiere volver como médico a Rama Cay.

Ahora, casi dos siglos después de que empezaran a desaprender su lengua, los ramas hacen un esfuerzo callado por volver a ella, por recuperarla.

Un día de mayo, en el auditorio de la Uraccan en Bluefields se dan cita un grupo de indígenas ramas. El calor que mantiene húmedos los cuerpos no se siente en el salón fresco. Hay representantes de las nueve comunidades. Están líderes como Alicia McCrea quien viene desde el caserío que está más al sur del territorio, en la esquina de San Juan de Nicaragua (Graytown).

Los ramas allí viven en el propio caserío de Graytown, en los ranchos más humildes, pero también en otro caserío que se descubre en la ribera del río Indio Maíz. Son los guardianes de la reserva, como los mayangnas en Bosawas.

Entre los asistentes al foro, en el que toman la palabra varias lingüistas extranjeras, está un hombre de unos 35 años, quien al igual que la madre de Ortiz no entiende ni el creole ni el español. Lo único que habla es rama, pero entiende un poco cuando se dirigen a él en rama y creole. Son pocos allí los que pueden sostener un diálogo fluido con él.

En el sector de Punta Águila y del río Torsuani dicen que hay otros ramas que sólo hablan esa lengua, pero es gente que tiene muy poco contacto con Bluefields, adonde viajan en dories (pequeños cayucos) de velas y a trámites específicos.

El esfuerzo por revitalizar el rama empezó hace 17 años, más o menos, recuerda Ortiz.

En los años ochenta, durante la revolución sandinista, llegaron lingüistas a la Costa interesados en los idiomas autóctonos. Entre esos lingüistas estaba Colette, quien ahora está en este encuentro de la Uraccan.

Grinevald propone que la lengua rama adquiera un estatus de “lengua tesoro”, que no es la que se aprende en la escuela ni en la casa, pero es la que conserva el “conocimiento de la historia, las tradiciones, las plantas medicinales”.

Según Grinevald, el rama “tiene su propia gramática, que se parece más al japonés en su estructura que al francés o al castellano”. Esta lingüista ha recopilado unas 3,000 palabras de rama y se atribuye el haber inventado su escritura, porque ha sido “una lengua sin tradición escrita”.

La experta agrega algo más: “…los indígenas quieren recuperar su lengua, revitalizarla porque es importantísimo para su identidad, para ellos es vincularse con el territorio, para su autoestima… es una muy buena lengua, que deberían tener orgullo de saberla”.

Meses antes de escuchar a Grinevald, la reportera ha oído estas palabras en la boca de Óscar Omier, el director del colegio de Rama Cay: “La lengua es como un tesoro, sin eso un grupo indígena cualquiera no puede identificarse. Con la lengua nos identificamos más, completamos nuestras tradiciones. Es esencial para nosotros”.

Gente como Walter Ortiz tiene mucho orgullo de enseñarla a los niños de los primeros grados.

Y por momentos pareciera que hay una explosión por aprender rama en la región. Existen un par de programas para su enseñanza que funcionan con un tímido financiamiento.

El sábado, las oficinas del Gobierno Territorial Rama Creole (GTRC), que está sobre una avenida transitada de Bluefields, habitualmente se ven desiertas. La puerta de la entrada está cerrada. Sin embargo, en su interior, en una de las salas contiguas al patio, Silvano Hodgson enseña rama.

Hodgson, quien no habla rama con la fluidez de Ortiz pero lo entiende bastante bien, escribe palabras y frases en una pizarra acrílica. Un grupo de siete niños repiten con él. Sus voces agudas y sonoras parecen el coro de una iglesia. Los menores son hijos de ramas que viven en Bluefields, y algunos provienen de otras comunidades.

Además de las palabras en la pizarra, Hodgson se auxilia con grabaciones en las que se escucha la voz de miss Nora Rigby, la mujer que más se preocupó por la revitalización de esa lengua (ver nota adjunta).

La clase, que empieza hacia las diez de la mañana termina a mediodía. Hodgson dice que los niños llegan de manera voluntaria y que algunos son constantes, pero otros no.

Además de esta clase sabatina que en la actualidad no se sigue impartiendo, en la Uraccan existe un centro de investigación de la lengua rama, donde Arya Koshinen, y otras lingüistas colegas suyas –la misma Colette— han sistematizado la gramática y las palabras ramas que están colgadas en un diccionario en la web, en Internet.

Colette celebra como un signo de modernidad el salto del rama a la web, sin embargo, en Rama Cay, donde el servicio eléctrico es precario, y de las cuatro computadoras ninguna tiene conexión a Internet, no se encuentra ningún diccionario rama en papel.

Ni siquiera Ortiz carga uno. En el fólder que lleva debajo del brazo como un tesoro, sólo hay láminas con dibujos y sus respectivas palabras en esa lengua. En una de ellas se ve una colina. Ortiz, un rescatista a muerte de este idioma, dice que en rama loma se pronuncia “pulimulin”.

Tal vez sea por eso, porque suena como a un juego, como a una clave que quiere decir algo más, al fin y al cabo es la lengua de los tigres, que Ortiz quiere que todos vuelvan a hablarla.

(II entrega de la serie "ramas un pueblo fuerte", se publicó en La Prensa el 28-09-2009. Fotografía cortesía de German Miranda)

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