Un sueño camina por la acera de Old Bank
Alta, negra, gruesa. Cara redonda igual a sus caderas y risa de niña que estalla con el mismo arrebato con que otra niña se tira al suelo a recoger los caramelos de la piñata que acaban de quebrar. Camiseta rosada, falda azul. Una mochila y un solo audífono en la oreja izquierda. La tarde cae y ella camina por una serpiente de cemento que une a Beholden con Old Bank, el estrecho andén que se hizo en vez de las piedras y tablas que se ponían antes para que los pies no se hundieran en el lodo de los aguaceros. Aunque su aspecto es de colegiala, no viene de ninguna clase. Es enfermera y viene de trabajar. En el andén, que no sólo es para transitar, se encuentra a una vecina de camisa, pantalón y zapatos blancos. Pelo corto, y teñido en ese tono dudoso que da el castaño y el amarillo. Por la vestimenta parece una colega de hospital que va a empezar turno. La mujer le dice que supo que clasificó. “No sos una negra bruta. Yo sabía que no eras una negra bruta”, le repite a gritos la mujer mestiza que puede ser su mama (así sin acentos). Remata sus palabras con una carcajada. Ella no se ofende. Por el contrario, se cuelga en la risa de la mujer. Se suma al coro de dientes pelados en pleno andén, una mujer desdentada que viene caminando detrás, descalza y que alcanza a oír la plática. Ella explica lo que pasa: “Es que en la universidad van a abrir medicina este año. Nos presentamos 120 y ya hicieron una primera preselección y estoy en ese grupo. Hay cupo para 30. Y si no clasifico de todas maneras ya tengo una carrera”. Después de estas palabras, en uno o dos minutos más, el germen de médico se pierde por una de las calles de tierra, como son las mayorías en Old Bank, ese barrio fresco que está en un rincón de Bluefields, por donde caminé una tarde de estas con la sensación de ser una chela falsa.
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