sábado, 23 de mayo de 2009

Lluvia negra

En el aguacero de anoche hasta las estrellas se licuaron. El cielo se reventó al fin antes que los pechos de calor. Después del vendaval, la bóveda se cubrió de una niebla espesa como la que sucede a los incendios. Casi nada se miraba en Managua, una ciudad de por sí en penumbra, aunque el cobro del alumbrado público es fijo en la factura de Unión Fenosa. Las calles durmieron con las vísceras por fuera: adoquines, palos arrancados de raíz, cables en el suelo, sobras domésticas esparcidas en plena raya amarilla. La corriente fue intensa. Pero no fue suficiente para barrer esa ingente cantidad de basura que con verdadero esmero producimos los ciudadanos. Ese revuelto de intimidades que hiede a mierda, y del que nos deshacemos todos los días, pero que sin vergüenza ponemos a reposar en los cauces, a que se avinagre con el sol, esperando que la lluvia lo borre. Anoche esa promesa no se cumplió. El aguacero dejó expuestas, una vez más, nuestras miserias. Por más tiendas On the run de comida chatarra y centros comerciales calcados de Miami, sólo somos un final de pueblo, un comienzo de ciudad. Unas cuantas gotas de esa lluvia negra se filtraron en esta pantalla.

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