viernes, 21 de agosto de 2009

Hacen falta locos

Aquí hace falta locura. Alguien que pierda la cordura. Alguien que cargue en la espalda dinamita de rabia. Que grite. Salte. Vuele. Uno no, varios, o muchos, no sé. Gente que se arriesgue y se aviente. Poetas. Un ejército de desatinados. Gente que se impaciente por todo lo que está mal, que es casi toda la cotidianidad. Que diga esta boca es mía cada vez que en el hospital le salen con la misma aspirina para atacar cualquier enfermedad, desde una gastritis hasta un ataque de epilepsia. Hace falta alguien que le reclame todos los días, a cada momento, al chofer del bus que lo arrea como ganado y lo lleva como si transportara bestias, y no personas, y no ancianos y mujeres preñadas. Gente que se indigne cuando le dejan la pinza metida a una mujer en el hospital y muera por ello. Pero que no sólo se indigne, sino que proteste, que pida justicia, que exija un sistema de salud saludable, higiénico, responsable un sistema donde un pobre que busca la vida no halle la muerte por negligencia, por un error absurdo. Que la protesta contra el gobierno no sólo puede ser frontal, directa, en las calles. Aceptemos que de esa tipo de protesta está cansado la mayoría. Y los pocos que se atreven, cada vez lo hacen menos, por miedo. Nadie quiere ser vejado frente a una cámara de televisión. Pero en cambio, sí nos dejamos humillar todos los días y a cada hora en la escuela, en el trabajo, en el supermercado, en el restaurante, en cualquier lugar donde, para mantener el orden, para perder ese color de pleitistos, de brutos y de bárbaros, y parecer civilizados nos dejamos imponer todo, cualquier cosa hasta anularnos. Hasta ser sombras nada más. Eso sí, sombras obediente que hace la tarea, o que simula que la hace, porque en realidad caminamos fingiendo que somos lo que no somos.
Pero también estamos los resentidos. Los que nos quedamos enredados en una especie de maoísmo virtual. Inertes, criticando, viendo la desgracia ajena, y sobreviviendo a la propia, y tampoco estallamos. Tampoco proponemos. ¿En qué momentos nos dejó de correr sangre por las venas? O lo mejor es que no hemos tenido racionalidad, sólo somos y hemos sido animales domésticos, por eso no hay cordura que perder ni locura que anhelar.

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